Un día, el Ministro del Centro
entregó a la Emperatriz una pila de cuadernos. La Emperatriz me preguntó: “¿Qué
se podría escribir en ellos? El Emperador ya está redactando los Anales de
Historia”. Entonces yo le contesté: “Si fueran míos, los usaría como almohada”.
La Emperatriz me dijo: “Entonces, quédatelos”, y me los dio.
Así se explica en el epílogo de El libro de la almohada el origen del
título de esta obra maestra de la literatura nipona del final del siglo X,
escrita por la cortesana Sei Shônagon.
Me
fascinó su combinación de intimismo y observación, de dispersión y
unidad, que sintonizaba perfectamente con el tipo de expresividad y de
materiales musicales con los que quería trabajar. La continuidad de esa voz
interior, reflexiva, delicadamente receptiva frente al mundo circundante, la he
trasladado al discurso del clarinete solista, centro, referencia más que
protagonista, del acontecer musical.
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