“Sansueña de Mercedes Zavala es, a mi juicio, uno de los mejores ejemplos del piano español de los últimos años. Obra honda y contundente, estéticamente coherente, realiza una especie de ideal creativo sin necesidad de concesiones y demostrando que la autora es una de las mejores compositoras que tiene este país que no necesita para ser de primerísima fila más que talento, y de eso tiene de sobra.”
Denomino exilios a un género de obras que provienen
de materiales derivados de piezas para mayor plantilla, más o menos
manipulados. Sansueña mantiene con su
obra hermana Desvío una doble relación: es origen y causa de ella simultáneamente,
porque convivieron en el tiempo y nacieron a la vez, retroalimentándose.
Leí por primera
vez sobre Sansueña en la segunda
parte del Quijote. Después en otros autores, como Fray Luis de León o Góngora, e
incluso en anónimos medievales, revelándoseme su carácter entre legendario y
utópico, y su relación con el asunto del exilio, en su genuino sentido
socioemocional. Algunos la identifican con Zaragoza, otros con Pamplona o con
Córdoba, pero subyace una España soñada, lejana, anhelada o incluso abominada
desde la distancia. Esta ambigüedad me parece especialmente atrayente, muy
definitoria de la relación que los propios españoles tenemos con nuestra tierra;
un bipolarismo que oscila de la exaltación al desprecio, pasando siempre por la
nostalgia. Cernuda (Ser de Sansueña, 1949)
presenta en un poema aplastantemente sombrío su cara más terrible, ese lugar en
el que “Las cosas tienen precio. Lo es del poderío / la corrupción, del amor la
no correspondencia;/ y ser de aquella tierra lo pagas con no serlo / de
ninguna: deambular, vacuo y nulo, / por el mundo, que a Sansueña y sus hijos
desconoce.”
A pesar de la triste
vigencia de los versos de Cernuda no quiero renunciar un ápice a la apertura
del significado simbólico de Sansueña, ni a sus luces ni a sus sombras. Sansueña,
además de ese lugar que devora o peor, desdibuja, a sus vástagos, es también utopía
de giróvagos.
La pieza está dedicada a Marta Espinós, como encargo con motivo del IV Centenario de la
muerte de Miguel de Cervantes.
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